lunes, 11 de julio de 2016

1917 LA BONITERA "CAMPO LIBRE" TORPEDEADA



A primeros de agosto de 1917, en plena Primera Guerra Mundial estaba la flota pesquera inmersa en la costera del bonito, faenando entre 40 y 50 millas al NO. del Puerto del Abra.

Encontrándose en estos menesteres la embarcación Campo Libre, patroneada por Victoriano Bilbao de 50 años y tripulada por Leocadio Eguskiza de 26, Leocadio Telleria de 25, Jesús Ruiz de 21, Dámaso Bilbao de 18, Florencio Garai Iradi de 18, Dionisio Bilbao Goienetxea de 16 y Victoriano Bilbao Goienetxea, se vio sorprendida por algo que explotó contra el casco. Al comprobar que la embarcación empezaba a hacer agua, comenzaron a largar velas, pero recibió otros cuatro impactos con sus correspondientes explosiones Sin que se supiera quién era el causante de semejante agresión, la embarcación, ya destrozada, se hundió.

La embarcación Sogalinda de folio 991 de Bermeo, patroneada por Elías Telleria Mendiguren, acompañado por Victoriano Bilbao Garteiz, Leocadio Eguskiza Telletxea y Leocadio Telleria Expósito, que se encontraba pescando muy cerca del lugar, acudió en auxilio de los hombres de la embarcación torpedeada. En esto, emergió el causante del inhumano ataque, un submarino alemán. Sus ocupantes haciendo gestos de extrañeza y aparentando no saber cómo podía haber ocurrido, se disculparon diciendo que creían se trataba de un barco francés. Ayudaron a recoger a los náufragos y después de realizarles unas curas de urgencia los trasladaron a la Sogalinda, quien los condujo a puerto.

Llegados a Bermeo fueron asistidos en el Cuarto de Socorro y Dámaso Bilbao Urkidi, con domicilio en la calle S. Juan 11-1º, por ser el herido de mayor gravedad fue trasladado al Hospital de Basurto. Ante el estado que presentaba su pierna izquierda, el Dr. Abadía se la amputó; de poco sirvió, pues a las pocas horas falleció.

El Cónsul General de Alemania concedió un donativo de 1.000 Ptas. para ser entregadas a la familia del fallecido. También el Sr. Sota, Presidente de la Diputación donó 500 Ptas., 250 para la familia de Dámaso Bilbao, 150 para el patrón Victoriano Bilbao, 30 para Leocadio Telletxea, 30 para Florencio Garai y 40 para el resto de la tripulación.

La indemnización del Gobierno alemán les llegó pasados los dos años, a primeros de mayo de 1919, por medio del Embajador de Alemania. Ascendía a 23.480 Ptas., de las cuales 15.000 fueron para la madre de Dámaso Bilbao, 4.600 para los armadores del barco y el resto a repartir entre la tripulación.

GALERNA DE 1933 -TRAGEDIA EN EL MAR-


Era el 27 de agosto de 1933, en plena costera del bonito, por cierto, una costera no muy copiosa. Salió del puerto de Bermeo el vapor Osasuna, folio 1470 de Bermeo, hacia las 10 de la noche, con víveres para los once hombres que componían la tripulación y el agua y el carbón suficientes para la marea. La tripulación estaba formada por el patrón Venancio Latxaga, su padre Juan Latxaga, el maquinista Rufino Fernández, Santiago Otazua, José Zulueta, Emilio Telletxea, Pedro Meñaka, Esteban Fernández, Serapio Ormaetxea, Antonio Calzada y el txo Iñaki Santiago.

Hallándose a unas 16 millas del puerto de Castro Urdiales, siendo aproximadamente las dos de la madrugada, se cruzaron con el Izaro, folio 1439 de Bermeo, que volvía a puerto, porque le correspondía en turno, con 50 quintales de bonito aproximadamente, fruto de su faena y la de los barcos que componían su compañía. Los tripulantes de esta embarcación eran el patrón Celedonio Sáez, natural de la república de Begoña, el maquinista Jesús Torrealdea, natural de Lekeitio, Francisco Telleria, Francisco Arketa, Narciso Laskurain, Melchor Ruiz, Gregorio Arketa, Francisco Leniz, Antonio Otazua, Julián Rica y el txo José Bengoetxea.

Cuando se cruzaban, como en este caso, dos embarcaciones, la que salía requería de la que volvía, información sobre la situación de la pesca, el estado del tiempo y de la mar.

No se sabe con certeza, pero posiblemente por una maniobra en falso, el Osasuna envistió de proa al Izaro sobre babor, hundiéndose la primera al poco tiempo del choque; algunos de sus tripulantes saltaron a la cubierta del Izaro, pero viendo que también comenzaba a hundirse, se tiraron al agua y trataron de aguantar aferrándose a objetos o maderas que flotaban; Celedonio consiguió lanzarles el palo velero a cuatro hombres; el patrón y el txo fueron los últimos en abandonar la embarcación y lo hicieron arrojando un remo y agarrándose a él. Consiguieron aguantar, no todos, varias horas, hasta que acertó a pasar por el lugar, el Chambelena I, de matrícula de Motriko, que había salido de puerto hacia las once de la noche. Oyendo voces desesperadas demandando socorro, consiguieron rescatar a ocho hombres y dar aviso a otros barcos próximos. El costero Amalia de Gijón, el Angel de la Guarda y el San Andrés de Motriko, recogieron un náufrago cada uno y los pasaron al Chambelena I. Así mismo, el Pilartxu I, también de Motriko recogió los cadáveres de dos ahogados, tripulantes del Osasuna, Emilio Telletxea Beotegi de 46 años, casado, dejaba viuda y siete hijos: cinco hijas de 21, 16, 14, 12 y 5 y dos hijos de 18 y 3 años, e Iñaki Santiago Gabantxo de 15 años; cuando se cercioraron de que no encontraban a nadie más, partieron hacia Bermeo, dando por desaparecidos a los nueve restantes: de la embarcación Osasuna, Venancio Latxaga Expósito soltero de 24 años, Juan Latxaga Bilbao de 54 años, dejaba viuda y otro hijo de 20 años, Antonio Calzada Renteria, soltero de 20 años, dejaba madre y dos hermanas de 17 y 12 años, Santiago Otazua Ondabarrena de 22 años, soltero, y de la embarcación Izaro, Narciso Laskurain Ormaetxea, de 34 años, dejaba viuda y tres hijos, Julián Rica Bulkaga de 30 años, dejaba viuda ,un niño de 2 años y otro recién nacido, Francisco Telleria Zarandona, de 27 años, dejaba viuda y dos hijos, Jesús Torrealdea Zialda de 27 años, fogonero habilitado, dejaba viuda y dos hijos y Francisco Arketa Elorza de 17 años.
Cuando el Chambelena entra a puerto y los supervivientes saltaron a tierra se dieron escenas de dolor y emoción al escuchar sus relatos. A continuación entró a puerto con la bandera  a media asta el Pilartxu que transportaba dos náufragos. El entierro de los mismos, tuvo lugar a las cuatro de la tarde el día 28. Prácticamente acudió todo el pueblo, acompañándoles hasta el cementerio.

El funeral por todas las víctimas se celebró el día 31 a las diez y media de la mañana en la iglesia de Santa María con la presencia del Obispo de la Diócesis, D. Mateo Mugika, quien dirigió una sentida y emotiva plática en euskera, los curas de las dos Parroquias y el superior del Convento de los Franciscanos, así como párrocos de muchos otros pueblos tanto del litoral como del interior. Estuvieron presentes la Corporación Municipal con el alcalde Marcelino Monasterio y los concejales Juan Bautista Maturana, Juan José Arenaza, Tomás Arketa, Gonzalo Nardiz, Dionisio Bilbao, Agapito Anduiza, Ruperto Ormaza, Florencio Bastarretxea, Gonzalo Albaina, Lorenzo Anasagasti, Julián Uriarte y Dámaso Madariaga, los Diputados José Antonio Agirre y el bermeano Francisco Bastarretxea, los Presidentes de las Cofradías exterior Julián Portuondo e interior Mariano Azeretxo, y representación de todas las Cofradías del litoral, de Partidos Políticos, principalmente de EAJ, de Ayuntamientos…. Para el mismo se levantó en el centro del templo, un catafalco representando el naufragio de una bonitera con el nombre de “Goimaitasuna”, junto a ella las redes y aparejos de costera, con las "botaberas" y en un lateral se leía: “1933gk. Dagonilaren 27an. Negarra ta atxekabia zuben ito aldiai itzi dauskude donokitik gugaz ez aiztu. Jauna emoyozube betiko atxedena donia”. Su construcción fue proyectada y dirigida por el arquitecto municipal D. Emilio Apraiz y el delineante D. Rufino Mendizabal, participando en la misma desinteresadamente industriales del pueblo. La iglesia, así como el pórtico y la plaza quedaron desbordadas, por la asistencia masiva de todos los vecinos e infinidad de foráneos.

Para recaudar fondos con destino a las familias de los damnificados, se abrieron en diferentes entidades, cuentas o suscripciones, se organizaron partidos de pelota, sorteos con regalos aportados por comerciantes y particulares,…El Ayuntamiento en sesión extraordinaria acordó una aportación de 5.000 Ptas. Se consiguieron cantidades importantes. Realizado el reparto de las mismas, se asignaron unas partidas a los menores de edad para que las hicieran efectivas cuando alcanzaran la mayoría de edad. Se da la circunstancia de que algunos nunca lograron cobrarlas, pues al intentarlo, llegada la fecha de cada uno, les comunicaron que estaban fuera de plazo, pues años atrás se había publicado en la prensa la fecha de caducidad de las libretas abiertas a tal efecto y ellos no se habían enterado. Perdieron trágica-mente, padres, hijos, hermanos y la embarcación y para colmo no se les comunicó personalmente, que sus libretas iban a caducar.

lunes, 28 de julio de 2014

LORENZO IBARRA BUSTINZA

Lorenzo Ibarra Bustinza

Gure itsasgizon maitea



Lorenzo Ibarra Bustinza es el héroe de nuestra costa cuyas valerosas hazañas vamos a relatar a nuestros lectores. Nació en Bermeo el 10 de Agosto de 1858 en el seno de una familia también de pescadores; sus padres fueron Esteban y Bruna.
A los nueve años de edad comenzó a ocuparse en las faenas de la pesca como tripulante del potín que patroneaba su padre. Fallecido éste, Lorenzo, que contaba tan solo diecisiete años, comenzó a actuar como patrón de bahía, y a los veintiséis ya como patrón de altura. 
A los veinticuatro años se había casado con Margarita Barandika, y tuvieron doce hijos, dos de los cuales emigraron a Chile y otro D. Rufino, fue párroco de Ereño y después coadjutor de Santa María de Bermeo (ante su confesonario siempre podía verse una larguísima fila de jóvenes penitentes).
Hasta la edad de sesenta y cinco años se dedicó a la pesca de altura, y después, retirado de ésta, hasta el año 1926 continuó dedicándose a la pesca con embarcaciones de bahía.
Durante su larga vida de mar, nunca naufragó, pero realizó seis salvamentos, algunos en circunstancias verdaderamente dramáticas.

- El primer salvamento tuvo lugar en febrero de 1873, durante la costera de besugo. Patroneando un potín con ocho remeros, se hallaba a ocho millas norte de Bermeo; avistando otro potín, patroneado por Tomás Bustinza al mando de nueve hombres y cuando se dirigían hacia la cala, se desarrolló una borrasca que hizo zozobrar el potín de Bustinza. Ibarra acudió en socorro de los náufragos, rescató a todos ellos y regresó a puerto sin pescar.

- En agosto de 1883, durante la costera de merluza, al volver de la cala junto con otras cinco embarcaciones, fueron sorprendidos por una galerna a unas seis millas del puerto. El fuerte ventarrón hizo naufragar la embarcación patroneada por Valentin Betolaza, que llevaba bajo su mando ocho remeros. Ibarra con su lancha realizó una rápida maniobra y salvó a los nueve tripulantes y los condujo a puerto.

En julio de 1897, Ibarra se hallaba pescando bonito a cincuenta millas de tierra cuando se desencadenó una impresionante galerna. Se encontraban juntas tres boniteras y otra un poco más al noroeste, patroneada por Antonio Ezquiaga. Esta volcó y Lorenzo dándose cuenta de la gravedad del percance mandó a sus tripulantes que recogieran todos los cabos de a bordo y las “botaberas” que estaban fuera, mientras él preparaba la maniobra para el salvamento arriando la vela. Al llegar al lugar del naufragio vio a tres hombres que penosamente se sostenían sobre la quilla de la embarcación siniestrada, al patrón con la cara ensangrentada sujeto al timón, otros tres náufragos más hacia el norte, agarrados al palo mayor y otro, el más joven, sobre una “aurtzola”. Ibarra dispuso la maniobra distribuyendo a sus tripulantes por babor y estribor, provistos cada uno de una estacha. El por su parte, cogió otro chicote con una mano, mientras con la otra sujetaba el timón. Su bonitera pasó junto a la quilla y los náufragos que estaban sobre ella, consiguieron agarrar las estachas, pero era tal la velocidad con que la mar empujaba la bonitera de Ibarra, que las soltaron. Nuestro héroe, recordando este episodio, dijo que las olas tenían mayor altura que la torre de Santa María e impulsaban a su bonitera, sin vela, a mayor velocidad que la de un ferrocarril. Al no poder dirigir la embarcación con precisión y empujar el oleaje a los náufragos a barlovento y a su embarcación a sotavento, la maniobra para volver al lugar donde se hallaban los náufragos era dificilísima. De nuevo junto a la embarcación quilla al sol, Ezkiaga asió la estacha lanzada por Ibarra, pero era tal la violencia con que el mar empujaba a su bonitera, que al final, a pesar de haber cedido sesenta metros de chicote,
 tuvo que soltarla. Entretanto, los tripulantes de babor, que habían echado los cabos a los que se hallaban en el palo mayor lograron rescatarlos con vida. Al ver que la lancha de Ibarra se alejaba arrastrada por las olas Ezkiaga le preguntó angustiosamente: “¿Lorenzo hemen izten nozue?” (¿Lorenzo me dejáis aquí?). A lo que Ibarra respondió con un estentóreo “Ez”.
Tomó Ibarra hacia la banda de tierra, alzando la vela -maniobra difícil- dirigiéndose hacia el norte para volver luego al sur, a fin de buscar a los náufragos. Otras dos embarcaciones que venían del norte cerraron las velas para ceñirse junto a la lancha volcada, y pudieron recoger a los tres tripulantes que se sostenían sobre ella. Faltaban el patrón y el chico que se sostenía en la “aurtzola”. Ibarra volvió a buscarles, pero al llegar al lugar del naufragio la embarcación zozobrada se había enderezado, para desgracia del patrón Ezkiaga que pereció al instante. También se había ahogado ya el muchacho de la “aurtzola”.
Al regresar a puerto con los tres náufragos salvados, un golpe de mar inundó la embarcación por popa. Ibarra evitó con su pericia que se fuera a pique, ordenando una hábil maniobra y colocando ráp
idamente a todos sus tripulantes en proa, con lo cual consiguió desalojar el agua que había entrado a bordo.
Para hacer frente al temporal tuvo que ordenar bajar la vela mayor; llovía torrencialmente, y cuando volvía a puerto, hallándose a unas diez o doce millas de éste, aproximadamente, vieron que a la bonitera “Campo libre”, patroneada por Tiburcio Badiola, se le había roto el timón y la vela machete hallándose ala deriva. Llevaba muchas horas en esta situación y aunque fue vista por otras embarcaciones, éstas, no pudiendo defenderse contra la tempestad, optaron por retirarse. Ibarra puso la embarcación junto a la que se hallaba sin gobierno, por la parte  que azotaba el viento, para darle socaire y en esta forma consiguieron entrar ambas a la bahía.

- El 13 de agosto de l902, encontrándose Ibarra pescando bonito a una altura de diecinueve millas de tierra, vio una embarcación en situación peligrosa, a juzgar por la forma rara en que aparecía su 
velamen. Ibarra se dispuso inmediatamente a acudir en su auxilio, cerrando las velas grandes y levantando la pequeña. Al mismo tiempo llamó la atención a otras embarcaciones que se hallaban próximas sobre lo que estaba ocurriendo, para que le ayudaran en el salvamento, pero por lo visto no entendieron sus señas. Pronto confirmó sus sospechas, pues a unas dos millas estaba una embarcación inclinada de costado sobre el mar y con la vela flotando sobre éste. Ibarra tomo rumbo norte para colocarse en la parte de fuera y volver al sur, y gracias a esta habilísima maniobra pudo recoger a los nueve tripulantes de la embarcación zozobrada. Dos de ellos se hallaban casi ahogados. Uno de los náufragos, sobrino del patrón, a quien Ibarra salvaba por segunda vez, se puso de rodillas ante él y llorando le dijo: ¿Con qué te voy a pagar?, pues por segunda vez me traes al mundo. Ibarra no dio importancia a su acción heroica.
A las diez de la noche, uno de sus tripulantes comunicó a Ibarra que uno de los náufragos rescatados había muerto, como consecuencia de la asfixia sufrida antes del salvamento. Aquel se afligió mucho, pero, como era una constante en él, sin perder la esperanza dispuso que le hiciera tragar al supuesto difunto una fuerte cantidad de aceite. Este vomitivo surtió sus efectos, y de este modo pudo desalojar toda el agua que había ingerido en el mar; todos sin novedad, entraron en Bermeo.

- Era el año 1907. Los pescadores no habían salido a faenar a causa de temporal, y gran número de ellos contemplaban desde la Atalaya el siniestro aspecto que ofrecía la barra del puerto. Ibarra se encontraba .con otros compañeros, en Gaztelu, contemplando la furia del mar, cuando divisaron en el horizonte al vapor de matricula de Santander, María Carrasco, sin gobierno y a merced del oleaje. Sus nueve tripulantes arriaron un bote, y montando en él, pretendían ganar la boca del puerto. Sin duda no conocían las dificultades de la barra, o mejor dicho, la imposibilidad de franquearla. Aquellos hombres iban a una muerte sin remedio, por lo que los pescadores, desde tierra, les hacían señas de que no intentasen entrar en el puerto. Por lo visto, no entendieron las señas pues proseguían en sus esfuerzos por cruzar con tan frágil embarcación la temible barra. La angustia oprimía los pechos de los pescadores, que, consternados, contemplaban el dantesco cuadro, esperando de un momento a otro, con la natural zozobra, que los náufragos sucumbiesen ante su vista, sin poder prestarles socorro.
Ibarra propuso a sus compañeros que se intentara el salvamento, pero todos se opusieron, estimando que era ir a una muerte cierta, sin probabilidades de salvar a los que se hallaban en el mar. Por su parte, el Comandante de Marina había prohibido terminantemente a los pescadores que se hiciesen a la mar. La catástrofe parecía inminente, por lo que Ibarra, no pudiendo presenciarla impasiblemente, decidió retirarse a su casa. Pero la conciencia le remordía y los pies parecía que no le permitían avanzar. Al pasar por el puerto vio que un vaporcito echaba humo. El maquinista había encendido la caldera para probar la máquina. Ibarra se dirigió a él con resolución y le preguntó: ¿Tiene presión? (¿Está el barco en condiciones para salir?). Al obtener contestación satisfactoria a su pregunta, Ibarra dijo al maquinista: -Levanta lo que puedas la presión y ahora voy yo. Y tomando un bote, se dispuso a subir a bordo. Al ver la actitud resuelta de Ibarra, tras él se fueron otros ocho o nueve hombres. Cuando se disponía a salir, el dueño del vaporcito, que vivía cerca, salió al balcón y alarmado por la suerte que iba a correr éste, gritó disgustado: 
¿Quien os autoriza a disponer de mi barco? ¿Quien me responde de lo que ocurra?
 Ibarra, volviendo la vista hacia él, le respondió con energía:¿Me conoces a mi?.
Si. Fue la respuesta.
Pues yo respondo. Y no dijo más.
El aspecto del mar era tan sobrecogedor, que los más viejos pescadores no recordaban un temporal tan violento. Al ver a aquellos esforzados pescadores ir a jugarse la vida por salvar la de unos semejantes a los que no conocían, el clero de Santa María salió con el Santísimo al muelle para que la presencia del Señor aplacase la cólera del mar. Era emocionante, sublime y conmovedor, el cuadro que ofrecían los sacerdotes, revestidos y rodeados del pueblo, que arrodillado pedía a Dios la salvación de aquellos hombres. Sólo esta vez se recuerda que haya salido el Santísimo en iguales circunstancias. El salvamento se realizó con toda felicidad, y los tripulantes del bote, que por lo visto ya habían creído llegada su última hora, al acercarse el vaporcito en el que iba Ibarra, subieron a él sin acordarse de recoger la ropa y efectos de valor que habían llevado al bote.. Ibarra, fervoroso creyente, aseguraba que Dios había oído las súplicas del pueblo, pues al realizar el salvamento vieron que la barra se hallaba relativamente tranquila, y en cuanto llegaron a puerto volvió a encolerizarse la mar. Por este salvamento le fue concedida a Ibarra la medalla de plata del Salvamento de Náufragos, y la cruz del Mérito Naval con distintivo rojo, pensionada con 250.-Ptas. al mes. ¡Barato cotiza el Estado el heroísmo de estos humildes hombres de mar, que exponen su vida por amor al prójimo y sin afán de gloria alguna, ni estímulo de premio en esta vida!.

- El último salvamento lo realizó Ibarra en febrero de 1908. Un día de fuerte temporal, el balandro “Simón” se hallaba a la vista del puerto sin poder ganar la barra a causa de la marejada. Ibarra decidió acudir en su auxilio, y saltando a una trainera, consiguió acercarse al balandro y lanzarle una estacha, realizando el salvamento.

Después de una vida heroica, de lucha constante con el mar. Lorenzo se jubiló definitivamente. Como única recompensa había alcanzado la pensión de una peseta diaria que pagaba la Cofradía a todos lo pescadores ancianos.
Al verse relevado de dedicarse a sus faenas, la primera preocupación de Ibarra fue la de ir a visitar a los hijos que vivían en Chile; y a pesar de tener cerca de setenta años embarcó para Valparaiso donde permaneció siete meses.


Este fue nuestro hombre, al que nunca agradeceremos suficientemente su ejemplo de vida solidaria, valiente y generosa.

EUSEBIO BASABE -WILLY SABIE-


Eusebio Basabe -Willy Sabie-

 En estas pequeñas colaboraciones anuales, me agrada mostrar las gestas de grandes hombres bermeanos que han expuesto sus vidas por socorrer a los demás, o a personajes ilustres que habiendo surgido de este pueblo, lo han universalizado, con su buen hacer. Han sido por mi parte, intentos de reconocer sus valores, admirarles y de algún modo homenajearles.

Pues bien, en esta ocasión, trataré de presentaros un caso atípico. Era excepcional, (incluso a finales del siglo XIX en que se comenzaba a trabajar a edades muy tempranas) la precocidad, la osadía y la intrepidez que derrochó nuestro personaje, cuando decidió que no quería seguir el camino habitual de los demás chicos de su edad.

Eusebio, que así se llamaba, nació en 1885, en el caserío Gorostadi con el nº28  en el barrio de Arene, situado en un lugar solitario del cual no se divisa ningún otro caserío, actualmente Gorostadi se encuentra en estado ruinoso. Fue bautizado en la iglesia de Santa Eufemia. Se trataba de un niño ágil tanto para trepar por una pendiente con una cabra, que se había despeñado, atada a su pequeña cintura, como para pillar las pequeñas monedas arrojadas por algunos veraneantes que disfrutaban viéndole zambullirse en el agua. Un chico que ayudaba a su madre en los recados, acompañaba a su padre cuando marchaba para la compra de ganado e incluso, cuando era necesario, se encargaba del cuidado de cabras y vacas, como un 
pastor avezado.

Ahora bien, lo que más admiraba el pequeño Eusebio era la vida de aquellos marinos que veía marchar hacia mundos desconocidos y que pasaban largas temporadas en puertos lejanos. Así que un buen día, le planteó a su padre sus deseos de navegar. La tajante negativa del progenitor, que no comprendía semejante locura, le persuadió en su fuero interno, de que era él y nadie más que él, quien iba a tener que tomar la arriesgada decisión de marchar, si quería ver cumplidos sus sueños.

Muchas noches no conseguía conciliar el sueño por la emoción que le producía la posibilidad de conocer ciudades importantes, navegar en grandes buques, conocer otras gentes, así como países exóticos con animales extraños. Otras muchas noches se desvelaba por el desgarro que le producía separarse de su familia, quizás para siempre; intuyendo que al alejarse de su entorno conocido se lanzaba a una aventura en la que no sería fácil sobrevivir.

La atrevida decisión se iba gestando con ansiedad y por fin un día se materializó: Eusebio Basabe Abando, polizón escondido en la bodega de un barco, navegaba dirección a Cardiff.

Al ser descubierto en alta mar, aquel chiquillo de doce años fue presentado al capitán. Interpelado, por éste, expresó espontáneamente que quería ir a Inglaterra. El capitán sorprendido por el convencimiento que transmitía y por la energía que desbordaba el muchacho, le admitió como “tripulante especial” si accedía a colaborar en las funciones de marmitón o en cualesquiera que surgieran hasta llegar al puerto de destino.

Primer escollo salvado; trabajó afanosamente en todo aquello para lo que fue requerido y después de varios días desembarcó en el puerto de Cardiff, sin conocer otro idioma que el euskera natal y con los bolsillos vacíos.
Después de varios años de sobrevivir azarosamente trabajando en múltiples ocupaciones, a los dieciocho años consigue colocarse en una importante compañía minera, en Troedyrhiw. Troed-yrhiw era un pueblo galés enclavado en una zona que tradicionalmente se había dedicado a la extracción del carbón.

Entre los jóvenes de su edad existía una gran afición por el boxeo y Eusebio, fuerte y ágil, comenzó a entrenarse. Pronto destacaron la rapidez de juego de sus brazos y la contundencia de sus golpes, consiguiendo primero ser campeón del pueblo y después del condado, llegando a disputar el campeonato de Gales. Boxeó en varias ocasiones en Cardiff e incluso una en París. Casi siempre vencía al contrario por K.O.

Al mismo tiempo que se extendía su popularidad por toda la región, Eusebio Basabe se había ido transformando paulatinamente en Willy Sabys. Sin embargo, los éxitos alcanzados no hicieron mella en sus sanos principios: valoraba su estado físico, no le gustaba emborracharse, estimaba la bondad de sus adversarios y sentía profundamente si consideraba que podía herir los sentimientos ajenos. En definitiva, era una buena persona.

A pesar de lo bien valorado que estaba el boxeo en la zona y el cariño que le demostraba el público, cuando sintió lo que sufrían sus hijas, Becye y Victory, y su mujer, guapa galesa de ojos azules y cabello muy oscuro, cuando llegaba magullado y ensangrentado tras un combate, abandonó el ring. Y lo abandonó definitivamente.

Sin embargo, en los momentos de nostalgia, acariciando sus guantes de boxeo y mostrando su musculatura, relata con cierta amargura los momentos estelares de sus peleas y recuerda los nombres de sus adversarios más importantes, mientras hace ademanes de dar bruscos golpes secos y redoblados.

Las narraciones eran realizadas en un idioma “sui generis”, mezcla de inglés y español. Inglés por asimilación de la cultura que le rodeaba y español por la amistad que mantenía con un castellano-parlante y la lectura de algunos periódicos bilbaínos. Durante los doce años de incomunicación absoluta con su familia, su euskera fue oxidándose, pero curiosamente conservaba en la construcción de las frases la estructura euskérica. La amalgama resultaba francamente graciosa.

Aunque seguramente no se cumplieron todos sus sueños infantiles, no me queda la menor duda de que su vida fue muy digna y admirable, pues era respetado, valorado y querido en un entorno cultural y social muy distinto al de su punto de partida.



1914 ADORACION NOCTURNA DE BERMEO

Evoluciones Sociales

Orain dela 100 urte


El cinco de Septiembre de 19l4 se llevó a cabo la inauguración de la sección de la Adoración Nocturna de Bermeo.
La sección de Bermeo, tomó como Patrón, a San José, y la dirección espiritual el párroco de Santa María, Don José Domingo Iturraran promotor y alma de la asociación.
Para el efecto vinieron adoradores de diferentes pueblos y capitales de Bizkaia, Gipuzkoa y Alaba.    
Fueron más de mil las personas que acudieron a estos actos, así mismo por acuerdo tomado, el Ayuntamiento asistió en corporación, a los actos que dieron comienzo a las diez de la noche, con la jura de bandera y la imposición de las insignias, en tanto se cantaba el “Te Deum”. Por designación del Consejo de Bermeo fue nombrado abanderado el bermeano Basilio Atxikallende.
Merece mención aparte la elocuente plática pronunciada desde el previsterio por el Padre agustino Saturnino Urtiaga.
A las tres y media de la mañana un repique general de campanas anunció que iba a dar comienzo la misa que fue celebrada por el párroco y cantada a dos voces por los adoradores, y a continuación la procesión por las calles Intxausti, Juan de Nardiz (que adornó su entrada en la Plaza con un arco), Ercilla y Bidebarrieta, luciendo en balcones y ventanas adornadas con luces y colgaduras, lo mismo que los balcones del Ayuntamiento. En la procesión fueron 42 las banderas de las distintas secciones de los diferentes pueblos.
Los actos de la noche fueron dirigidos por el Presidente de la sección de Madrid, Sr.  Andres Maldonado, actúando de secretario el presidente del consejo diocesano Francisco Fernandez del Castillo. Terminando con la bendición al pueblo, para lo que se levantó un altar frente al Ayuntamiento.

La lectura de la curiosa reseña me ha suscitado varias consideraciones: el eco que tuvo en los medios escritos de la época un acto puramente religioso; la resonancia que produjo en el pueblo que engalanó, sin escatimar esfuerzos, balcones y ventanas para realzar el acto; la numerosa concurrencia de miembros de muchos pueblos y ciudades que acudieron utilizando los rudimentarios medios de transporte de la época, casi sin trenes y autobuses, y que sospecho tuvieron que ausentarse de sus domicilios y quehaceres más de un día y su correspondiente noche; la repercusión en el Ayuntamiento que adornó sus balcones y participó al completo en un acto de una Asociación exclusivamente de carácter eclesiástico y cómo no, la intempestiva hora de celebración de la misa y de la procesión. 

Me han surgido también algunas preguntas: ¿vinieron hombres y mujeres?, ¿hace un siglo, podían ausentarse de sus casas las mujeres si no era para ir a trabajar?, ¿las mujeres podían ser miembros de la Adoración Nocturna?...

1634 LOS MARTIRES BIZKAINOS


 INJUSTICIA SOBERANA
LOS MARTIRES BIZKAINOS DE 1634

Orain dela 380 urte

             Corría el año 1.634. Bizkaia aun tenia conciencia de su dignidad. Por eso encontró entre los bizkainos viva resistencia a la tentativa del rey de España, Felipe lV, de obligar a Bizkaia al pago del impuesto de la sal.
Felipe lV había jurado respetar las leyes fundamentales de Bizkaia, una de las cuales (ley IV Tit I),decía que los bizkainos estaban exentos de pagar tributos al rey de España “así estando en Biakaia como fuera de ella” Al exigir el Rey que los bizkainos pagaran el impuesto sobre la sal, quebrantaba el juramento prestado y atentaba a la independencia política del Señorío.
Solamente un puñado de hombres cultos, con el secretario del Señorío , Ajorabide al frente y un puñado de sacerdotes patriotas animaban el ardor del pueblo y lo aconsejaban, demostró tener un espíritu sano incontaminado, en las horas del combate, luchando denodadamente.   
Rotunda fue su protesta. Con energía exigió  de los representantes que resistieran a las injustas pretensiones de Castilla.
Memorable había sido la mañana  fría de 15 de febrero de 1.633, fueron innumerables los “nekasaris”, “arrantzales” y ferrones patriotas los que acudieron a presenciar el desenlace del pleito que en la junta general debía tener lugar bajo el roble secular.
Terminada la misa del Espiritu Santo, celebrada por el patriota Armona, los junteros se dirigieron al lugar de la asamblea.
Martin Otxoa de Ajorabide hizo uso de la palabra con energía y valentía. La junta general general mostrose digna del pueblo. Rechazo al corregidor Lope de Morales, autor del contrafuero, quien dicto el decreto real sobre el “estanco de la sal”y el impuesto sobre esta mercancía; no reconoció titulo alguno al duque de Ciudad Real para ser admitido en la Asamblea ni para que su voz siquiera fuera escuchada, acordaron finalmente los legisladores bizkainos que fuera “obedecida y no cumplida “ la orden real “ obligando a los alcaldes para que la contribución de la sal no fuera cobrada”.
Quedaron derrotados los servidores y satélites de la Corte  real. El vasco cortesano disimulo su humillación, infligida por la Junta General  ilustrada por el secretario del Señorío.
El deseo de seguir siendo libre pudo más que la voluntad del rey de igualar al estado libre de Bizkaia con el resto de la península. Felipe lV retiro sus pretensiones.
De su perdón fueron excluidos varios bizkainos cuya memoria debe ser para nosotros ejemplo de estimulo. Nunca falta un traidor que con tal de agradar a los poderosos, se convierta en Cain de su patria y sus hermanos. 
Un bizkaino, Juan Alonso de Idiakez, duque de Ciudad Real y heredero de las casas de Butron y Muxika , fue quien en compañía de un grupo de bizkainos descastados, apreso sigilosamente a quienes solo habían obrado movidos por el ansia de ver a Bizkaia gozando de su libertad.
No todos fueron cogidos. Los más precavidos lograron evadirse. Otros se refugiaron entre protegidos entre los bravos arrantzales de Bermeo. 
Los sacerdotes patriotas contra quien se dio la orden de detención, se libraron del garrote gracias al cariño de sus protectores. 
Seis fueron ajusticiados. He aquí los nombres de setos bizkainos gloriosos: Martin Otxoa de Ajorabide, Juan de la Puente Urtusaustegi, Morga Sarabia , Juan de Larrabaster,  los hermanos Juan y Domingo Bizkaigana y el sacerdote Armona. Los cuatro primeros fueron ahorcados en  la cárcel de Bilbao el día 24 de mayo de 1.634; los tres siguientes sufrieron también la horca en la plaza pública (actual Plaza Vieja), el 24 de mayo, y el sacerdote Armona murió de la misma manera , en la cárcel, el 25 de junio.     
Transcribo unas lineas del fuerista Fidel de Sagarminaga con relación a este acontecimiento.”Puede ser revolucionaria la conducta de los alterados si por revolución se entiende todo lo que causa perturbaciones;pero entiendo este calificativo como es usual y corriente, mal podrán llamarse revolucionarias las pretensiones de Morga, Arana, Armona y sus secuaces,porque nada hay en ellas que no se acomode de todo punto a la letra de los fueros ni se aparte de la índole de las costumbres inmemoriales del Señorío ni del justo respeto debido a la Corona, tan obligada a guardar los fueros, como los Bizkainos a respetarla y obedecerla.
La ira contenida de los miles de bizkainos que contemplaban en la vieja plaza bilbaina la ejecución de los patriotas, lanzaron un grito angustioso al expirar el último de los héroes populares.

Este suspiro de la multitud, ha llegado hasta nosotros para protestar de la injusticia  castellana, moviendonos a admirar a los que supieron su deber patriótico ofreciendo sus vidas a la muerte.                                                                                                                                                                                                                                          

lunes, 14 de julio de 2014

CONSTANTINO LARRINAGA BILBAO


Constantino Larrinaga Bilbao, natural de Bermeo, de cincuenta años de edad, hijo de Mariano y Petra, pescadores. 
En su larga vida de mar ha realizado varios salvamentos, algunos con gran riesgo de su vida. Entre dichos salvamentos figura el de los tripulantes de la bonitera “Fatima” a los que encontraron en una balsa y el de la lancha lekeitiana “Bizkaitarra”.

En cierta ocasión y después de haber intervenido en un salvamento en medio de una galerna imponenete, tuvo que ingresar en el hospital de Santander con las piernas hinchadas a causa de los fuertes golpes de mar que tuvo que sufrir para realizar su humanitaria obra.

Tambien salvo en otra ocasión a Galo Bilbao, “Arballu”, a quien un golpe de mar arrebato de su embarcación y a duras penas podía mantenerse en el agua.