lunes, 28 de julio de 2014

EUSEBIO BASABE -WILLY SABIE-


Eusebio Basabe -Willy Sabie-

 En estas pequeñas colaboraciones anuales, me agrada mostrar las gestas de grandes hombres bermeanos que han expuesto sus vidas por socorrer a los demás, o a personajes ilustres que habiendo surgido de este pueblo, lo han universalizado, con su buen hacer. Han sido por mi parte, intentos de reconocer sus valores, admirarles y de algún modo homenajearles.

Pues bien, en esta ocasión, trataré de presentaros un caso atípico. Era excepcional, (incluso a finales del siglo XIX en que se comenzaba a trabajar a edades muy tempranas) la precocidad, la osadía y la intrepidez que derrochó nuestro personaje, cuando decidió que no quería seguir el camino habitual de los demás chicos de su edad.

Eusebio, que así se llamaba, nació en 1885, en el caserío Gorostadi con el nº28  en el barrio de Arene, situado en un lugar solitario del cual no se divisa ningún otro caserío, actualmente Gorostadi se encuentra en estado ruinoso. Fue bautizado en la iglesia de Santa Eufemia. Se trataba de un niño ágil tanto para trepar por una pendiente con una cabra, que se había despeñado, atada a su pequeña cintura, como para pillar las pequeñas monedas arrojadas por algunos veraneantes que disfrutaban viéndole zambullirse en el agua. Un chico que ayudaba a su madre en los recados, acompañaba a su padre cuando marchaba para la compra de ganado e incluso, cuando era necesario, se encargaba del cuidado de cabras y vacas, como un 
pastor avezado.

Ahora bien, lo que más admiraba el pequeño Eusebio era la vida de aquellos marinos que veía marchar hacia mundos desconocidos y que pasaban largas temporadas en puertos lejanos. Así que un buen día, le planteó a su padre sus deseos de navegar. La tajante negativa del progenitor, que no comprendía semejante locura, le persuadió en su fuero interno, de que era él y nadie más que él, quien iba a tener que tomar la arriesgada decisión de marchar, si quería ver cumplidos sus sueños.

Muchas noches no conseguía conciliar el sueño por la emoción que le producía la posibilidad de conocer ciudades importantes, navegar en grandes buques, conocer otras gentes, así como países exóticos con animales extraños. Otras muchas noches se desvelaba por el desgarro que le producía separarse de su familia, quizás para siempre; intuyendo que al alejarse de su entorno conocido se lanzaba a una aventura en la que no sería fácil sobrevivir.

La atrevida decisión se iba gestando con ansiedad y por fin un día se materializó: Eusebio Basabe Abando, polizón escondido en la bodega de un barco, navegaba dirección a Cardiff.

Al ser descubierto en alta mar, aquel chiquillo de doce años fue presentado al capitán. Interpelado, por éste, expresó espontáneamente que quería ir a Inglaterra. El capitán sorprendido por el convencimiento que transmitía y por la energía que desbordaba el muchacho, le admitió como “tripulante especial” si accedía a colaborar en las funciones de marmitón o en cualesquiera que surgieran hasta llegar al puerto de destino.

Primer escollo salvado; trabajó afanosamente en todo aquello para lo que fue requerido y después de varios días desembarcó en el puerto de Cardiff, sin conocer otro idioma que el euskera natal y con los bolsillos vacíos.
Después de varios años de sobrevivir azarosamente trabajando en múltiples ocupaciones, a los dieciocho años consigue colocarse en una importante compañía minera, en Troedyrhiw. Troed-yrhiw era un pueblo galés enclavado en una zona que tradicionalmente se había dedicado a la extracción del carbón.

Entre los jóvenes de su edad existía una gran afición por el boxeo y Eusebio, fuerte y ágil, comenzó a entrenarse. Pronto destacaron la rapidez de juego de sus brazos y la contundencia de sus golpes, consiguiendo primero ser campeón del pueblo y después del condado, llegando a disputar el campeonato de Gales. Boxeó en varias ocasiones en Cardiff e incluso una en París. Casi siempre vencía al contrario por K.O.

Al mismo tiempo que se extendía su popularidad por toda la región, Eusebio Basabe se había ido transformando paulatinamente en Willy Sabys. Sin embargo, los éxitos alcanzados no hicieron mella en sus sanos principios: valoraba su estado físico, no le gustaba emborracharse, estimaba la bondad de sus adversarios y sentía profundamente si consideraba que podía herir los sentimientos ajenos. En definitiva, era una buena persona.

A pesar de lo bien valorado que estaba el boxeo en la zona y el cariño que le demostraba el público, cuando sintió lo que sufrían sus hijas, Becye y Victory, y su mujer, guapa galesa de ojos azules y cabello muy oscuro, cuando llegaba magullado y ensangrentado tras un combate, abandonó el ring. Y lo abandonó definitivamente.

Sin embargo, en los momentos de nostalgia, acariciando sus guantes de boxeo y mostrando su musculatura, relata con cierta amargura los momentos estelares de sus peleas y recuerda los nombres de sus adversarios más importantes, mientras hace ademanes de dar bruscos golpes secos y redoblados.

Las narraciones eran realizadas en un idioma “sui generis”, mezcla de inglés y español. Inglés por asimilación de la cultura que le rodeaba y español por la amistad que mantenía con un castellano-parlante y la lectura de algunos periódicos bilbaínos. Durante los doce años de incomunicación absoluta con su familia, su euskera fue oxidándose, pero curiosamente conservaba en la construcción de las frases la estructura euskérica. La amalgama resultaba francamente graciosa.

Aunque seguramente no se cumplieron todos sus sueños infantiles, no me queda la menor duda de que su vida fue muy digna y admirable, pues era respetado, valorado y querido en un entorno cultural y social muy distinto al de su punto de partida.



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