lunes, 28 de julio de 2014

LORENZO IBARRA BUSTINZA

Lorenzo Ibarra Bustinza

Gure itsasgizon maitea



Lorenzo Ibarra Bustinza es el héroe de nuestra costa cuyas valerosas hazañas vamos a relatar a nuestros lectores. Nació en Bermeo el 10 de Agosto de 1858 en el seno de una familia también de pescadores; sus padres fueron Esteban y Bruna.
A los nueve años de edad comenzó a ocuparse en las faenas de la pesca como tripulante del potín que patroneaba su padre. Fallecido éste, Lorenzo, que contaba tan solo diecisiete años, comenzó a actuar como patrón de bahía, y a los veintiséis ya como patrón de altura. 
A los veinticuatro años se había casado con Margarita Barandika, y tuvieron doce hijos, dos de los cuales emigraron a Chile y otro D. Rufino, fue párroco de Ereño y después coadjutor de Santa María de Bermeo (ante su confesonario siempre podía verse una larguísima fila de jóvenes penitentes).
Hasta la edad de sesenta y cinco años se dedicó a la pesca de altura, y después, retirado de ésta, hasta el año 1926 continuó dedicándose a la pesca con embarcaciones de bahía.
Durante su larga vida de mar, nunca naufragó, pero realizó seis salvamentos, algunos en circunstancias verdaderamente dramáticas.

- El primer salvamento tuvo lugar en febrero de 1873, durante la costera de besugo. Patroneando un potín con ocho remeros, se hallaba a ocho millas norte de Bermeo; avistando otro potín, patroneado por Tomás Bustinza al mando de nueve hombres y cuando se dirigían hacia la cala, se desarrolló una borrasca que hizo zozobrar el potín de Bustinza. Ibarra acudió en socorro de los náufragos, rescató a todos ellos y regresó a puerto sin pescar.

- En agosto de 1883, durante la costera de merluza, al volver de la cala junto con otras cinco embarcaciones, fueron sorprendidos por una galerna a unas seis millas del puerto. El fuerte ventarrón hizo naufragar la embarcación patroneada por Valentin Betolaza, que llevaba bajo su mando ocho remeros. Ibarra con su lancha realizó una rápida maniobra y salvó a los nueve tripulantes y los condujo a puerto.

En julio de 1897, Ibarra se hallaba pescando bonito a cincuenta millas de tierra cuando se desencadenó una impresionante galerna. Se encontraban juntas tres boniteras y otra un poco más al noroeste, patroneada por Antonio Ezquiaga. Esta volcó y Lorenzo dándose cuenta de la gravedad del percance mandó a sus tripulantes que recogieran todos los cabos de a bordo y las “botaberas” que estaban fuera, mientras él preparaba la maniobra para el salvamento arriando la vela. Al llegar al lugar del naufragio vio a tres hombres que penosamente se sostenían sobre la quilla de la embarcación siniestrada, al patrón con la cara ensangrentada sujeto al timón, otros tres náufragos más hacia el norte, agarrados al palo mayor y otro, el más joven, sobre una “aurtzola”. Ibarra dispuso la maniobra distribuyendo a sus tripulantes por babor y estribor, provistos cada uno de una estacha. El por su parte, cogió otro chicote con una mano, mientras con la otra sujetaba el timón. Su bonitera pasó junto a la quilla y los náufragos que estaban sobre ella, consiguieron agarrar las estachas, pero era tal la velocidad con que la mar empujaba la bonitera de Ibarra, que las soltaron. Nuestro héroe, recordando este episodio, dijo que las olas tenían mayor altura que la torre de Santa María e impulsaban a su bonitera, sin vela, a mayor velocidad que la de un ferrocarril. Al no poder dirigir la embarcación con precisión y empujar el oleaje a los náufragos a barlovento y a su embarcación a sotavento, la maniobra para volver al lugar donde se hallaban los náufragos era dificilísima. De nuevo junto a la embarcación quilla al sol, Ezkiaga asió la estacha lanzada por Ibarra, pero era tal la violencia con que el mar empujaba a su bonitera, que al final, a pesar de haber cedido sesenta metros de chicote,
 tuvo que soltarla. Entretanto, los tripulantes de babor, que habían echado los cabos a los que se hallaban en el palo mayor lograron rescatarlos con vida. Al ver que la lancha de Ibarra se alejaba arrastrada por las olas Ezkiaga le preguntó angustiosamente: “¿Lorenzo hemen izten nozue?” (¿Lorenzo me dejáis aquí?). A lo que Ibarra respondió con un estentóreo “Ez”.
Tomó Ibarra hacia la banda de tierra, alzando la vela -maniobra difícil- dirigiéndose hacia el norte para volver luego al sur, a fin de buscar a los náufragos. Otras dos embarcaciones que venían del norte cerraron las velas para ceñirse junto a la lancha volcada, y pudieron recoger a los tres tripulantes que se sostenían sobre ella. Faltaban el patrón y el chico que se sostenía en la “aurtzola”. Ibarra volvió a buscarles, pero al llegar al lugar del naufragio la embarcación zozobrada se había enderezado, para desgracia del patrón Ezkiaga que pereció al instante. También se había ahogado ya el muchacho de la “aurtzola”.
Al regresar a puerto con los tres náufragos salvados, un golpe de mar inundó la embarcación por popa. Ibarra evitó con su pericia que se fuera a pique, ordenando una hábil maniobra y colocando ráp
idamente a todos sus tripulantes en proa, con lo cual consiguió desalojar el agua que había entrado a bordo.
Para hacer frente al temporal tuvo que ordenar bajar la vela mayor; llovía torrencialmente, y cuando volvía a puerto, hallándose a unas diez o doce millas de éste, aproximadamente, vieron que a la bonitera “Campo libre”, patroneada por Tiburcio Badiola, se le había roto el timón y la vela machete hallándose ala deriva. Llevaba muchas horas en esta situación y aunque fue vista por otras embarcaciones, éstas, no pudiendo defenderse contra la tempestad, optaron por retirarse. Ibarra puso la embarcación junto a la que se hallaba sin gobierno, por la parte  que azotaba el viento, para darle socaire y en esta forma consiguieron entrar ambas a la bahía.

- El 13 de agosto de l902, encontrándose Ibarra pescando bonito a una altura de diecinueve millas de tierra, vio una embarcación en situación peligrosa, a juzgar por la forma rara en que aparecía su 
velamen. Ibarra se dispuso inmediatamente a acudir en su auxilio, cerrando las velas grandes y levantando la pequeña. Al mismo tiempo llamó la atención a otras embarcaciones que se hallaban próximas sobre lo que estaba ocurriendo, para que le ayudaran en el salvamento, pero por lo visto no entendieron sus señas. Pronto confirmó sus sospechas, pues a unas dos millas estaba una embarcación inclinada de costado sobre el mar y con la vela flotando sobre éste. Ibarra tomo rumbo norte para colocarse en la parte de fuera y volver al sur, y gracias a esta habilísima maniobra pudo recoger a los nueve tripulantes de la embarcación zozobrada. Dos de ellos se hallaban casi ahogados. Uno de los náufragos, sobrino del patrón, a quien Ibarra salvaba por segunda vez, se puso de rodillas ante él y llorando le dijo: ¿Con qué te voy a pagar?, pues por segunda vez me traes al mundo. Ibarra no dio importancia a su acción heroica.
A las diez de la noche, uno de sus tripulantes comunicó a Ibarra que uno de los náufragos rescatados había muerto, como consecuencia de la asfixia sufrida antes del salvamento. Aquel se afligió mucho, pero, como era una constante en él, sin perder la esperanza dispuso que le hiciera tragar al supuesto difunto una fuerte cantidad de aceite. Este vomitivo surtió sus efectos, y de este modo pudo desalojar toda el agua que había ingerido en el mar; todos sin novedad, entraron en Bermeo.

- Era el año 1907. Los pescadores no habían salido a faenar a causa de temporal, y gran número de ellos contemplaban desde la Atalaya el siniestro aspecto que ofrecía la barra del puerto. Ibarra se encontraba .con otros compañeros, en Gaztelu, contemplando la furia del mar, cuando divisaron en el horizonte al vapor de matricula de Santander, María Carrasco, sin gobierno y a merced del oleaje. Sus nueve tripulantes arriaron un bote, y montando en él, pretendían ganar la boca del puerto. Sin duda no conocían las dificultades de la barra, o mejor dicho, la imposibilidad de franquearla. Aquellos hombres iban a una muerte sin remedio, por lo que los pescadores, desde tierra, les hacían señas de que no intentasen entrar en el puerto. Por lo visto, no entendieron las señas pues proseguían en sus esfuerzos por cruzar con tan frágil embarcación la temible barra. La angustia oprimía los pechos de los pescadores, que, consternados, contemplaban el dantesco cuadro, esperando de un momento a otro, con la natural zozobra, que los náufragos sucumbiesen ante su vista, sin poder prestarles socorro.
Ibarra propuso a sus compañeros que se intentara el salvamento, pero todos se opusieron, estimando que era ir a una muerte cierta, sin probabilidades de salvar a los que se hallaban en el mar. Por su parte, el Comandante de Marina había prohibido terminantemente a los pescadores que se hiciesen a la mar. La catástrofe parecía inminente, por lo que Ibarra, no pudiendo presenciarla impasiblemente, decidió retirarse a su casa. Pero la conciencia le remordía y los pies parecía que no le permitían avanzar. Al pasar por el puerto vio que un vaporcito echaba humo. El maquinista había encendido la caldera para probar la máquina. Ibarra se dirigió a él con resolución y le preguntó: ¿Tiene presión? (¿Está el barco en condiciones para salir?). Al obtener contestación satisfactoria a su pregunta, Ibarra dijo al maquinista: -Levanta lo que puedas la presión y ahora voy yo. Y tomando un bote, se dispuso a subir a bordo. Al ver la actitud resuelta de Ibarra, tras él se fueron otros ocho o nueve hombres. Cuando se disponía a salir, el dueño del vaporcito, que vivía cerca, salió al balcón y alarmado por la suerte que iba a correr éste, gritó disgustado: 
¿Quien os autoriza a disponer de mi barco? ¿Quien me responde de lo que ocurra?
 Ibarra, volviendo la vista hacia él, le respondió con energía:¿Me conoces a mi?.
Si. Fue la respuesta.
Pues yo respondo. Y no dijo más.
El aspecto del mar era tan sobrecogedor, que los más viejos pescadores no recordaban un temporal tan violento. Al ver a aquellos esforzados pescadores ir a jugarse la vida por salvar la de unos semejantes a los que no conocían, el clero de Santa María salió con el Santísimo al muelle para que la presencia del Señor aplacase la cólera del mar. Era emocionante, sublime y conmovedor, el cuadro que ofrecían los sacerdotes, revestidos y rodeados del pueblo, que arrodillado pedía a Dios la salvación de aquellos hombres. Sólo esta vez se recuerda que haya salido el Santísimo en iguales circunstancias. El salvamento se realizó con toda felicidad, y los tripulantes del bote, que por lo visto ya habían creído llegada su última hora, al acercarse el vaporcito en el que iba Ibarra, subieron a él sin acordarse de recoger la ropa y efectos de valor que habían llevado al bote.. Ibarra, fervoroso creyente, aseguraba que Dios había oído las súplicas del pueblo, pues al realizar el salvamento vieron que la barra se hallaba relativamente tranquila, y en cuanto llegaron a puerto volvió a encolerizarse la mar. Por este salvamento le fue concedida a Ibarra la medalla de plata del Salvamento de Náufragos, y la cruz del Mérito Naval con distintivo rojo, pensionada con 250.-Ptas. al mes. ¡Barato cotiza el Estado el heroísmo de estos humildes hombres de mar, que exponen su vida por amor al prójimo y sin afán de gloria alguna, ni estímulo de premio en esta vida!.

- El último salvamento lo realizó Ibarra en febrero de 1908. Un día de fuerte temporal, el balandro “Simón” se hallaba a la vista del puerto sin poder ganar la barra a causa de la marejada. Ibarra decidió acudir en su auxilio, y saltando a una trainera, consiguió acercarse al balandro y lanzarle una estacha, realizando el salvamento.

Después de una vida heroica, de lucha constante con el mar. Lorenzo se jubiló definitivamente. Como única recompensa había alcanzado la pensión de una peseta diaria que pagaba la Cofradía a todos lo pescadores ancianos.
Al verse relevado de dedicarse a sus faenas, la primera preocupación de Ibarra fue la de ir a visitar a los hijos que vivían en Chile; y a pesar de tener cerca de setenta años embarcó para Valparaiso donde permaneció siete meses.


Este fue nuestro hombre, al que nunca agradeceremos suficientemente su ejemplo de vida solidaria, valiente y generosa.

1 comentario:

  1. Soy erupin Ibarra Aboitiz nieto de Lorenzo y muy orgullozo de sus hazañas, vivo en Chile y despues de trabajar como abogado toda una vida, he seguido pintando oleos, l que he hecho desde hace mas de treinta años y pinte la embarcación de mi abuelo según foto del museo de los pescadores de Bermeo. Me gustaría donarla al museo de pescadores. Trata de comunicarte conmigo o bien contactarme con el museo. De antemano muchas gracias y felicitaciones por tú trabajo.

    ResponderEliminar