martes, 15 de abril de 2014

1910 NAUFRAGIO DEL VAPOR FEBRERO


El día 18 de junio de 1910, por la noche, salió el Febrero del puerto de Bilbao hacia Newport con cargamento de mineral.
Había sido construido en 1898 por Campbelltown, S.B.C.; era de acero, con 91 m. de eslora, 12,5 m de manga, 6,3 m. de puntal y 6,85 m. de calaba; su máquina había sido construida por Hutson & Son, de Glasgow, su registro neto eran 1.126 toneladas y 3.000 de carga, siendo la propietaria Compañía Bilbaina de Navegación.
Componían su tripulación 23 hombres: capitán, Francisco Lartitegi, de Elantxobe, de 35 años, casado; piloto Ladislao Munitiz, de Mundaka, de 23 años, soltero; contramaestre Juan Ombina, de Arousa, de 34 años, casado; primer maquinista, José Espinosa, de Elantxobe, de 51 años, casado; segundo maquinista, Emilio Solano, de Bilbao, de 25 años, soltero; marineros, Pedro Albado, de Altea, de 29 años, soltero, Segundo Arestín, de Casamiñal, de 27 años, soltero, Serafín Iglesias, de Antigueda, de 18 años, soltero, y Benito Santos de Palmeira, de 43 años, casado; mozo, Ramón Chavez , de Arousa, de 24 años, casado; carpintero,Miguel Agirre, de Motriku, de 24 años, soltero; ayudante de máquina, Francisco Valdivieso, de Madrid, de 26 años, casado; calderetero, Juan Ibarguengoitia, de Muxika, de 39 años, casado; fogoneros, Enrique del Campo, de Berango, de 25 años, soltero, Francisco López de Mondego, de A Coruña, de 47 años, casado, y Juan A. Pérez, de Etxano, de 17 años, soltero; cocinero, Roque Iriarte, de 20 años, soltero; camareros, Román Meñaka, de Bermeo, de 18 años, y Gregorio Monasterio, de Bermeo, de 25 años, soltero; marmitón, Saturnino Garai, de Bermeo, de 19 años, soltero; y mayordomo, Juan Bilbao, de Mundaka, de 26 años, casado.
Además de los citados tripulantes, iban a bordo, en calidad de pasajeros, para embarcar de nuevo en Newport, en el vapor Pagasarri, el cocinero Felipe Uriarte , de Bermeo, de 24 años, y el marmitón Juan San Pedro, de 14 años, también de Bermeo, ambos solteros y además un joven madrileño, que iba a Londres con el fin de pasar un período de vacaciones, Manuel Angulo, con la carrera de Derecho recién terminada en la Universidad de Deusto, e hijo de un acaudalado banquero que residía en París.
Para el capitán Francisco Lartitegi era el primer viaje en el Febrero, sustituyendo a Manuel Aurrekoetxea, que quedó en tierra por enfermedad. Habitualmente navegaba en el Julio, y recientemente había sido condecorado y gratificado metálicamente, por los Gobiernos de España y Alemania, en la Comandancia de Marina de Bilbao, por haber salvado la vida a 25 tripulantes de un barco alemán, en aguas al norte de las Islas Berlingas.
El cocinero Felipe Uriarte previamente había estado enrolado como mayordomo, en el vapor Laurak-Bat, de matrícula de Bilbao, que desapareció con toda su tripulación en viaje de Newcastle a Bilbao. Salvó su vida en ese naufragio, gracias a un retraso al hacer unas compras, que le impidió llegar a tiempo de zarpar.
Hacia las diez de la noche del día 20 de junio, el Febrero navegaba a la altura de las costas de Landsend, para ganar el canal de Bristol, en medio de una espesísima niebla, con el agravante de mar muy agitada. El bermeano Roque Iriarte, una vez finalizadas las labores correspondientes a su profesión de cocinero, se había retirado a descansar en un sofá. Estando semidormido, notó una fuerte sacudida y se percató de que había sucedido algo grave. Subió a cubierta y comprobó que allí la confusión era enorme: voces, lamentos y oraciones en medio de la niebla cerrada que apenas dejaba ver a pocos pasos. Al parecer, el barco había rozado con la Peña Bunelstone, próxima a Longships, produciéndose una gran vía de agua. Siendo ya muy notable la inclinación de proa, la tripulación trató de arriar los botes, pero fue tan rápido el hundimiento que todos los esfuerzos resultaron inútiles, en breves momentos el barco desapareció bajo las aguas.
Roque Iriarte, buen nadador, luchó desesperadamente hasta conseguir agarrarse a una planchada (aproximadamente  medía 1m. de ancho por 5m. de largo); después llegaron el piloto Ladislao Munitiz y uno de los paleros, se reconocieron en la oscura noche y trataron de animarse mutuamente. Era angustioso oír impotentemente las voces de auxilio, que según avanzaban las horas, iban debilitándose y alejándose paulatinamente, hasta que se hizo el silencio absoluto, solo interrumpido por el bramar del oleaje. Al mismo tiempo que amanecía, iba disipándose la niebla y comenzaron a verse las luces de Longships y Wolpock, mientras Roque y sus compañeros seguían agarrados a la planchada, ahora con una pequeña esperanza al verse próximos a tierra. Era muy difícil mantenerse asidos a la planchada, pues a veces por efecto de la violencia del oleaje, daba varias vueltas y resultaba agotador volver a recuperarla. El piloto rezaba, hacía promesas y les animaba continuamente, pero un nuevo golpe de mar, de mayor intensidad que los anteriores, arrolló la planchada con tal fuerza que cuando recobró su posición, Ladislao Munitiz había desaparecido definitivamente. El palero comenzó a dar muestras de desfallecimiento, extremo, diciéndole a Roque, que no le quedaban fuerzas y que no le era posible mantenerse. A pesar de los esfuerzos que realizó para animarle, ayudándole y sujetándole repetidas veces, no pudo evitar que también desapareciera.
La situación de Roque era angustiosa, solo y a merced de las olas, era tal el terror que sentía que incluso le dio la impresión que alguien tiraba de una de sus piernas y trataba de arrastrarle; tras varias sacudidas violentas, se sintió libre, no recordando si se había quedado dormido o si había perdido el conocimiento, durante unas ocho horas. En la madrugada del martes día 21, sin saber cómo, se encontró con la planchada sobre una roca al pie de una ladera muy escarpada. Supuso que sería de los últimos en salvarse y que arriba se encontraría con algunos de sus compañeros. No podía ponerse de pie, por lo que comenzó a escalar la pendiente con las manos, arrastrándose, resbalando y retrocediendo repetidas veces. Por fin, alcanzó un campo desierto en el que extenuado, se dejó caer, no recordando el tiempo que permaneció en esta situación. Al despertar se encontró rodeado de varias jóvenes del lugar y trató mediante gestos y señas (desconocía el inglés) de explicarles lo ocurrido. Acertó a pasar un lugareño, vendedor de leche; también con señas le invitó a subir al carro, llevándole a su casa, en donde le proporcionaron ropa seca, té y comida.
Sintiéndose recuperado en cierto modo, se despidió, agradeciéndoles lo que habían hecho por él; se puso a la carretera con la idea de llegar al pueblo más próximo, con la esperanza, en todo momento, de encontrar alguno de sus compañeros. Llegó a Pensance hacia las cuatro de la tarde y anduvo vagando por las calles, muelle y puerto. Llegada la noche, angustiado, cansado, sin haber comido nada durante todo el día, salió a las afueras y se acostó bajo un árbol.
Tras una noche de agónico desconsuelo e incertidumbre,  en la que llovió intensamente, amaneció el día 22, sin haber podido conciliar el sueño. De nuevo se dirigió al muelle, llamando la atención de varias personas, entre las que se encontraba una, con un conocimiento muy básico del castellano. Roque le contó a grandes rasgos lo ocurrido y su interlocutor, lo llevó a su casa, dándole de comer y dinero. A continuación lo puso en contacto con el Vice-cónsul Español y éste lo alojó convenientemente en una casa de huéspedes.
Confirmado el naufragio y contactados con la casa armadora de Bilbao, se decidió que Roque quedara en el lugar para ayudar a las autoridades en la identificación de los cadáveres que podrían ir arribando. Aparecieron solamente dos, el del joven Manuel Angulo y el de un marinero en estado irreconocible.
Publicada en los periódicos la noticia del hundimiento, Roque Iriarte se hizo tristemente célebre en el pueblo, así como en Liverpool, a donde fue para embarcar en el vapor Marzo y dirigirse a Bilbao.
Llegó el día 4 de julio y tras las oportunas declaraciones pudo regresar a Bermeo, su pueblo, el único superviviente del naufragio del vapor Febrero.

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