sábado, 10 de noviembre de 2012

28 DE DICIEMBRE DE1951



Los bermeanos de la generación de los años 30 en general, y los arrantzales en particular, recordarán las resacas que con cierta frecuencia solían generarse, por la furia de la mar, en lo que se conocía como puerto exterior o dársena del Artza.

El insistente toque a rebato de la sirena alertaba a todos los habitantes del pueblo, que preocupados, acudían sin demora al puerto.
Los no relacionados directamente con la pesca contemplaban atónitos, como meros espectadores impotentes, la magnitud sobrecogedora de la tempestad. Los tripulantes de las embarcaciones zarandeadas por la fuerza de la mar y el reflujo de la marea, que tan pronto cubría el Artza, como lo vaciaba, embarcaban angustiados en los botes, humanamente ingobernables, para intentar llegar a las embarcaciones, a fin de salvarlas.
En medio de órdenes a gritos, escasa iluminación, golpes y “estrincadas” de las embarcaciones, los arrantzales se afanaban en reforzar el amarre a las boyas, que por momentos parecía iban a saltar y los maquinistas trataban de poner a punto las máquinas con la presión de arranque. En estas sobrecogedoras situaciones se veía y admiraba la casta y gran capacidad de los hombres de la mar.

En una de estas circunstancias, la noche del 28 de diciembre de 1951, estaba en el puerto la pareja arrastreros, Sol de Oro y Luna de Plata, propiedad de la Compañía Azmor-Madariaga y cuyos patrones eran Félix Madariaga y Venancio Azmor. En una de las vaciantes intensificada por el escaso fondo de la bajamar, saltaron las amarras de estos dos barcos que sin posible gobierno eran arrastrados hacia la salida del puerto. La mayoría de la tripulación, que se encontraba en el Luna de Plata, aprovechando la oportunidad de que el barco se aproximaba a uno de los muelles, en el preciso instante en que la plataforma del mismo se encontraba a nivel alcanzable, saltó a tierra. Sin razón aparente, Tiburcio San Millán, que se encontraba en el barco, saltó al Sol de Oro. Era tripulante de este barco y normalmente ejercía las labores de cocinero y fogonero. Tuvo la fortuna de encontrarse en él, con el maquinista Tomás Ibarrola (Gusur).
Mientras que el Luna de Plata, sin gobierno y a merced del imponente oleaje, era arrastrado y destrozado contra las rocas cercanas, el Sol de Oro, con solo dos tripulantes, Tomás (que había puesto en marcha la máquina) gobernando la embarcación y Tiburcio atendiendo la máquina y alimentando la caldera, consiguió enfilarse hacia la bocana. Con prudente navegación para causar menor ofensa al mar, ya en mar abierta tomó rumbo N.O. No se les veía, el teléfono del talayero no funcionaba y el ímpetu del mar no sólo proseguía sino que crecía, por lo que el pueblo temiendo la tragedia quedó sumido en una situación de total angustia.

¿Cómo abordaron el puerto de Bilbao estos dos hombres?. Es un misterio que únicamente cabe explicarse por la presencia y actuación de un sentido especial, que muchas veces hemos advertido en nuestros hombres de mar y que es difícil de analizar y definir. Quizás el instinto heredado o la sabiduría transmitida de generación en generación por las gentes lanzadas al mar que desentrañan sus secretos, en sus largas horas de singladura, sobre las cubiertas de sus barcos.
Dos héroes sencillos, callados, que demostraron una recia hechura capaz de enfrentarse a los sucesos más duros de la vida en el mar.

Nota para colocar al pie de la foto                                         Cruz de salvamento marítimo
                                                                                                             concedida a Tiburcio y Tomás

No hay comentarios:

Publicar un comentario