lunes, 12 de noviembre de 2012

IÑIGO DE ARTIEDA

No es posible pronunciar el nombre del General Artieda, sin evocar recuerdos gloriosos de grandezas antiguas, que enorgullecen el alma bermeana.,

Iñigo de Artieda era hijo de distinguida familia, muy considerada en el Señorío por sus relevantes virtudes y desde muy niño sobresalió entre sus condiscípulos por su aplicación e ingenio.

Siendo aún muy joven abrazó la arriesgada profesión de las armas, tomando parte en la guerras de Italia, en las que se distinguió por su valor y prudencia; logró escalar los primeros puestos en la milicia y fue extendiéndose su fama por doquier.

Terminada la campaña de Italia, regresó a España, siendo llamado por los Reyes Católicos, quienes le ordenaron que marchase a Bermeo para aprestar una armada, cuyo mando le concedían, para que acompañara a Cristóbal Colón en la segunda expedición que proyectaba hacer al Nuevo Mundo.

Entonces Bermeo era tan importante por su numerosa población, su rico comercio y sus grandes astilleros, por los muchos armadores que en el se dedicaban a la pesca de las ballenas y por las elevadas cualidades de algunos de sus hijos ilustres, que todos los Señores de Bizkaia le distinguieron otorgándole numerosos fueros, haciéndole asiento del Tribunal de Juez Mayor del Señorío y llamándole Cabeza de Bizkaia. Todo lo cual hizo decir al P. Henao: parece que los Señores y Reyes no se ocupaban de otra cosa que de engrandecer con privilegios y exenciones a tan noble villa y puerto.

Y en verdad que no era extraño que los Reyes halagasen a la villa pues sus habitantes, intrépidos y bragados por naturaleza, animados por el éxito de la primera expedición de Colón y enardecidos por las palabras de su compatriota Artieda, acogieron con alegría y entusiasmo inusitado, la orden de prepararse para tan noble y atrevida empresa, equipando y armando, sin ninguna ayuda, en breve espacio de tiempo, una carraca de 1.200 toneladas de porte, una carabela y cuatro naves de 150 a 450 toneladas.

En 1493, estando ya dispuesta para partir la escuadra en dirección a las Américas, Iñigo de Artieda recibió la contraorden de marchar a las costas de Andalucía. Los Reyes Católicos, que al término de la conquista de Granada, se habían comprometido a transportar a África, al rey moro y a los musulmanes que quisieran seguirle, decidieron que la armada bermeana podría cumplir este objetivo, ordenándole “que fuera a las costas de Almuñecar a embarcar allí al rey Muley Bandeli e otros moros que han de pasar allende con él”.

Este suceso fue la causa de que Bermeo no tuviera una participación mayor en el descubrimiento de América; decimos mayor porque es indiscutible que tuvo alguna, ya que fueron varios los bermeanos que tripularon las naves de Colón.

Terminada la misión encomendada a las naves bermeanas, el General Artieda volvió a las campañas que de nuevo habían comenzado en Italia, y después de aumentar su renombre en varios combates, se retiró definitivamente a éste, su pueblo natal. Durante los últimos años de su vida se entregó de lleno a la administración de los intereses locales, engrandeciendo a Bermeo con su actividad y profundas iniciativas.

Llegó entonces a su apogeo la prosperidad de esta villa, siendo embellecida con notables reformas y alcanzando su comercio y su cultura notorio desarrollo. En aquel siglo una gran pléyade de bermeanos ilustres, entre los que descollaron Ermendurua, Areilza, Mendoza, Zubiaur, el sutil cántabro Fortún Alonso y Alonso de Ercilla, contribuyó a alcanzar su cenit el esplendor de Bermeo.

La duración de este período de apogeo fue efímera, pues ya sea por el rápido engrandecimiento de Bilbao, ya porque se alejaron las ballenas a otros mares o quizás también por la nefanda influencia del absolutismo que se entronizó en España, lo cierto es que en poco tiempo Bermeo fue víctima de la más tremenda decadencia.

Causa honda tristeza el estudio de la historia de Bermeo en las épocas inmediatas al referido período toda vez que en ellas se contempla la brusca caída de una villa noble. Pocos pueblos, a excepción de los azotados por las guerras, han sufrido una decadencia tan grande y tan rápida, como Bermeo.

Cesa su comercio, emigran sus mercaderes, se cierran sus astilleros, desaparecen sus grandes naves y su población disminuye considerablemente. Lejos de paliar estos efectos, la generación siguiente con sus desaciertos contribuyó a aumentarlos. Para colmo de desdichas, un terrible incendio arrasó el pueblo entero. Consumiendo entre sus llamas incluso los documentos del archivo en que se consignaba su brillante y admirable historia. La miseria más espantosa se cebó sobre la antigua Flaviobriga, hundiéndose en el más hondo grado de abatimiento.

En el siglo XVII, mientras el progreso iluminaba con la luz de la cultura otros pueblos, la villa de Bermeo administrada por hombres incapaces de emprender empresas elevadas, continuaba envuelta en las negruras del más enervante oscurantismo, llegando su atraso e incultura a tal extremo, que un personaje ilustre, admirador de nuestra historia, cuenta que al visitar Bermeo por primera vez a mediados de siglo, no pudo menos de acordarse contristado de la ciudad de Cartago, famosa en un tiempo y tan decaída después.

Aún permaneció Bermeo, durante algunos años más, en ese deplorable estado, ofreciendo todas las características peculiares de las ciudades muertas, hasta que a finales de siglo surgió aquel poderoso movimiento progresivo que le sacudió de su letargo, surgiendo en el seno de su quietud e inmovilidad, vehementes deseos de vivir y progresar, que se tradujeron en importantes proyectos. Este renacimiento de Bermeo, a pesar de los obstáculos, manipulaciones e intereses de diversa índole, y de los sucesivos incendios que sufrió, es como el “ave fénix” resurgiendo de las cenizas

Nota.- Liberal 9/10/1912.- En el Archivo de Indias existe un documento: “Visita a la antigua capital de Bizkaia”, referente al alarde o revista de la escuadran del General Iñigo de Artieda, que tuvo lugar en el año 1493 en Bermeo, antes de darse a la vela hacia las costas andaluzas.

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